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Dormir bien te protege contra enfermedades como la COVID-19

Por el 17/03/2021

 

El 19 de marzo se celebra el Día Mundial del Sueño, un evento internacional organizado por la World Sleep Society (WSS) que reúne a investigadores, profesionales de la salud y pacientes con para reconocer el importante impacto del sueño en la salud. En esta ocasión, la efeméride se celebra bajo el lema “un sueño regular para un futuro saludable”. No en vano, como hace años vienen demostrando muchos estudios científicos, un sueño regular, con unos horarios estables para acostarse y levantarse, está asociado a una mejor calidad del sueño. Ésta última, a su vez, se correlaciona con unos mejores niveles de salud, un mejor estado de ánimo, y unos mayores rendimientos a nivel psicomotor y académico.

“Aquellas personas que duermen mejor tienen una esperanza de vida más larga, suelen tener un menor índice de algunas enfermedades como son las de tipo endocrinológico (diabetes y obesidad), las cardiovasculares o las cerebrovasculares, y también una menor incidencia de algunos tipos de tumores. De alguna forma el sueño es un proceso de reparación que, además de sobre el correcto funcionamiento del cerebro, tiene una enorme influencia sobre nuestra salud en general, incluido el sistema inmunológico”, explica el doctor Diego García Borreguero, coordinador de la Sociedad Española de Sueño (SES) para los actos del Día Mundial del Sueño.

En ese sentido, el doctor García Borreguero recuerda que durante el periodo de sueño se producen efectos beneficiosos para el funcionamiento del sistema inmunológico, especialmente en todo lo relacionado con la inmunidad celular. “Buena parte de nuestra respuesta inmunológica ante un agresor externo como la COVID-19 va a depender de cuánto durmamos habitualmente. El sueño de calidad tiene un papel protector contra enfermedades infecciosas como la COVID-19 o la gripe. Es un aliado, ya que prepara mejor a nuestras defensas para repeler a enfermedades infecciosas. Dicho de otra forma: en la medida en que durmamos menos o peor de lo conveniente, nuestro sistema inmunológico va a estar más debilitado, lo cual nos hace más susceptibles al contagio”, argumenta.

Los estudios científicos, según el experto, demuestran incluso el impacto que tiene un sueño de calidad en la efectividad de la vacunación contra enfermedades infecciosas. Diversas investigaciones realizadas sobre el virus de la gripe han corroborado que en aquellos pacientes que duermen mejor, la efectividad de la vacuna es superior al desarrollar más anticuerpos. “Todo hace indicar que la medida en que nosotros respondamos a la vacuna contra la COVID-19 va a depender también de lo que durmamos por la noche habitualmente. Aquellas personas que duerman mejor van a ser también las que tiendan a responder mejor a la vacuna”, señala.

Desbarajuste en el ritmo circadiano

Para que el sueño sea realmente reparador necesitamos que nuestros horarios sean regulares y estén alineados en el tiempo con otras funciones del organismo, sobre todo las de tipo endocrinológico y metabólico. Esto se debe a que el sueño viene dirigido en parte por una zona del cerebro que hace las veces de reloj biológico. Cuando ese reloj biológico no funciona bien, el sueño tiende a ser de peor calidad.

“El reloj circadiano está codificado en nuestro ADN para tener unos horarios determinados, que tienden a coincidir con lo que es el ciclo día/noche, de tal manera que cuando anochece, el reloj circadiano produce las primeras señales de sueño. El ajuste de la función de este reloj se produce fundamentalmente mediante la luminosidad externa. En condiciones naturales, las personas están programadas para que al desaparecer la luz del día se pongan en marcha diversos mecanismos en el cerebro, todos ellos iniciados con la liberación de la melatonina, que preparan a nuestro cuerpo para el periodo de descanso”, explica el doctor García Borreguero.

Esas condiciones naturales, sin embargo, se vieron modificadas por la aparición de la luz eléctrica, que permitió prolongar el día natural, creando una especie de día artificial. Esto, según el portavoz de la SES, unido a determinadas costumbres cada vez más instauradas como el uso de dispositivos digitales, está haciendo que la duración de los días sea variable, que cada día ese proceso de preparación al sueño se produzca a unas horas distintas. “Esa variabilidad en los horarios debilita en último término el funcionamiento del reloj cerebral, ya que éste basa mucho su actividad en la experiencia rutinaria de los días previos. Como consecuencia de ese debilitamiento, la incidencia de insomnio entre la población es también es también mayor”, añade.

Para García Borreguero, ese desbarajuste en los ritmos circadianos se ha incrementado más si cabe con la pandemia. “Por un lado, hay una preocupación normal entre la población, lo que se traduce en una ansiedad y un estrés que tienen un efecto directo sobre la calidad del sueño. Por otro, la generalización del teletrabajo ha desembocado en que los horarios de inicio y finalización del sueño se hayan vuelto más irregulares, lo que también repercute en la calidad y la duración del sueño”.

Una duración del sueño que, según el experto, varía en función de la edad de la población, pero cuya duración correcta para la población general se situaría en una media de entre siete y ocho horas y media cada noche. “Ese es el tiempo medio que necesita el cerebro humano para realizar dos funciones fundamentales. Por un lado, de consolidación de la memoria, reorganizando la información asimilada durante el día y consolidando los aprendizajes. Por otro, de detoxificación. Durante el periodo de vigilia las neuronas consumen energía y esto produce una serie de sustancias neurotóxicas que se limpian durante el sueño. Sin esa detoxificación sería difícil que las neuronas estuviesen vivas durante mucho tiempo, por lo que podemos decir que dormimos para poder estar despiertos, para estar vivos”, concluye.

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